Fidel dedica su escrito introductorio a
relatar, con detalle, momentos críticos de la guerra de liberación que
lideró contra la dictadura de Fulgencio Batista. Del relato de las
difíciles circunstancias que vivió al final de la expedición del yate Granma hasta
el reencuentro de los pocos sobrevivientes que iniciaron la lucha
guerrillera en la Sierra Maestra, el líder de la Revolución salta al
testimonio de su comunicación con altos oficiales del Ejército enemigo
que, luego de la derrota de la Ofensiva de Verano lanzada por la tiranía
tras el fracaso de la Huelga de Abril de 1958, conspiraban contra el
dictador y deseaban poner fin a la guerra.
“Escribir la verdad siempre será una
tarea amarga”, confiesa Fidel al revelar honestísimamente
contradicciones con compañeros que arriesgaron la vida junto a él. El
apego a los hechos al escribir este prólogo lo lleva a entregar,
milimétricamente, su testimonio del combate de Alegría de Pío y los
factores fortuitos, que junto a la inexperiencia – “nos faltaban a todos
los conocimientos elementales de un sargento de pelotón”, dice
autocríticamente- lo condujeron a ver “desaparecer abruptamente el
trabajo de años”.
Dos meses después de aquellas jornadas
inciertas, escucha al general Tabernilla -Jefe del Ejército de la
dictadura- afirmar en la radio sobre él y sus compañeros: “quedan doce y
no les queda otra alternativa que rendirse o escaparse si es que
pueden… Hay que darle candela al jarro hasta que suelte el fondo”. “…se
había encariñado con tal frase”, dice Fidel con sarcasmo y recuerda que
en ese instante pasó la vista sobre sus acompañantes y al constatar que
“el cínico general, que a pesar de su cargo nunca visitó a sus tropas
en la Sierra Maestra, había dicho por azar la cifra exacta”, exclamó con
fuerza: “¡Jamás intentaremos escapar y ninguno se rendirá nunca!”.
Aparecen en el prólogo dos cartas
escritas por Fidel apenas transcurrido un año y medio de que hubiera
pronunciado aquella frase. Están dirigidas a oficiales que conspiraban
en las filas del ejército enemigo. En palabras del líder revolucionario
en una de esas misivas -tras la derrota de la ofensiva que con tanques,
aviación y catorce batallones de soldados armados hasta los dientes
había lanzado Batista contra las fuerzas rebeldes en la Sierra Maestra,
que no sobrepasaban los 300 hombres con fusiles de guerra- “el Ejército
se desarticula a ojos vista”.
En ambas cartas se aprecia la ética y la
cortesía hacia el enemigo militar que no ha cometido crímenes contra la
población civil, que Fidel condena enérgicamente en esos documentos,
mencionando a los criminales por sus nombres. El análisis que realiza
allí de la evolución de la correlación de fuerzas en el país revela que
ya es un analista político profundísimo y la estatura ética con que
habla de aquellos adversarios que no son asesinos impresiona por su
contundencia y claridad.
Seguro de la desmoralización de las
fuerzas enemigas, Fidel no es, sin embargo, presa de la soberbia.
“…puede Usted contar siempre con mi más absoluta discreción de
adversario leal”, escribe al comandante del Ejército Raúl Corzo
Izaguirre. Las misivas incluidas en el prólogo son una lección de
estrategia político-militar y conspirativa que con argumentos
irrebatibles ofrece a los militares descontentos un análisis de la
situación al interior de la institución armada y los alerta contra
errores posibles, a la vez que todo el tiempo insiste en el quiebre
moral del ejército enemigo.
Los hechos le dieron la razón. Como
relata al final de su escrito, el 3 de enero de 1959, con un
destacamento de solo 30 hombres “que no había podido reducir más”, Fidel
se reunió en la ciudad de Bayamo con alrededor de 3 mil soldados y
oficiales que portaban todas sus armas, ametralladoras, cañones pesados,
carros de combate y tanques. “En ningún lugar me habían recibido con
tanto entusiasmo como en aquel punto”, escribe, para luego agregar:
“No estaban recibiendo a
alguien que tomara el poder tras un golpe de Estado, ni un político que
obtuviera la victoria en unas elecciones, sino a un combatiente de
pensamiento muy distinto al de ellos, que sin embargo, había curado a
todos los heridos y respetado la vida a cientos de prisioneros, que
nunca permitió la tortura de ninguno de ellos, a pesar de los
repugnantes y odiosos crímenes que la tiranía de Batista había impuesto a
las Fuerzas Armadas”
La causa de esa actitud la sintetizaría
muchos años después en su definición de Revolución: “es no mentir jamás
ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe
fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las
ideas”.
(Tomado de "La pupila insomne")
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